Al fin, después de una ardua batalla,
un golpe certero le permitió acabar con el que fue el tercer príncipe azul en
tan solo una semana. Tras limpiar sus escamas con parsimonia y orgullo, se
recostó y pensó en sus crecientes dificultades. Aunque su llama y sus garras
aún no vacilaban, sí era cierto que cada vez le costaba más mantener a raya a
los intrusos que llegaban hasta el castillo.
Sin embargo, no podía dejar que nadie
se llevara a su doncella. Para otros dragones, la princesa que se les asigna al
cumplir la mayoría de edad no es más que una carga que les impide vivir en
libertad. Pero para él era diferente. Protegerla era lo que daba sentido a su
existencia. Daría hasta su última escama, su último aliento y sus preciados
cuernos si fuese necesario. Daría la vida por ella.
Y es que, por extraño que parezca,
esta vez era el dragón, y no el príncipe, el que estaba locamente enamorado de
su princesa.
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