Confieso
que me encanta desmontar mitos. Cuando descubro sus puntos débiles disfruto
destronándolos, desmembrándolos hasta dejarlos irreconocibles para mostrar la verdad que escondían.
Comencemos:
"la curiosidad mató al gato". Puede resultar, cuanto menos, curioso,
pero no creo que ningún felino haya muerto de curiosidad, aunque quizá sí lo
haya hecho a causa de una mirada mortal. Y es que el mayor mecanismo de
comunicación no es la palabra, sino la mirada. Y, precisamente
por ese motivo, reconozco que el siguiente mito sí es cierto: "una imagen
vale más que mil palabras".
A
veces una mirada es capaz de decir tanto... Te quiero. Te odio. No te quiero lo
suficiente como para hacerte feliz pero sí lo suficiente como para dejarte
volar. Te quiero demasiado (tanto que duele, duele imaginar que te pierdo). Te
he echado de menos. He de decirte algo que te hará llorar. Lloro porque estamos
tan conectados que no hace falta fabricar ninguna palabra en mis labios. Quiero
besar los tuyos. Estoy pensando lo mismo que tú en este preciso instante (y sé
que tú lo sabes, y sabes que yo lo sé). Necesito que me arropes entre tus
brazos. Necesito que me arranques la ropa y me hagas olvidar hasta mi nombre. Gracias,
amigo, por poder contar contigo. Soy adicto a la música contagiosa de tu
prodigiosa garganta. En este preciso segundo me siento la persona más feliz del
mundo. Tengo las alas rotas. Me he perdido en mi propio laberinto y no recuerdo
el camino de vuelta. Intento retener las luces de tu rostro en mi retina porque
presiento que esta será la última vez que nos veamos (...).
Es
tal el poder de la mirada que es capaz de hablar por nosotros incluso sin
nuestro consentimiento. Cuando no acertamos a leer la voluntad de nuestro
(co)razón, el alma, en un arrebato de razón, se asoma a nuestros ojos y lo grita
a través de nuestras pupilas. Aquellos que saben leer miradas descubrirán
secretos en pares de ojos que ni siquiera sus dueños conocen. Los que sepan
leer entre pestañas serán testigos de confesiones involuntarias que aún no
estaban preparadas para nacer. Podrán asomarse al pozo de la verdad y descubrir
aquello que tememos perder. Y podrán también los lectores del espejo del alma
lanzar su propia mirada, una mirada que diga "estoy aquí, te entiendo, no tengas
miedo".