Cuando llegaron al acantilado, ya estaba atardeciendo. Se
sentaron el uno junto al otro, apoyados en el tronco de un árbol. Solo dos
lágrimas rodaron por sus mejillas, yendo a parar a sus pantalones. Era
demasiado orgullosa como para llorar delante de otra persona. Aunque esa
persona fuese su mejor amigo. Se secó la cara y empezó a hablar con Óscar de
cosas superfluas, en un intento inútil por despejar su mente, y dejar de pensar
en Alec al menos por un segundo. Cuánto se habían amado. Con fuerza. Con
deseo. Como si no hubiera un mañana. Con
miedo a despertarse de aquel sueño imposible, y que la vida les jugase una
mala pasada. Y así ocurrió.
Óscar no era tonto. Conocía a su amiga lo suficiente como
para saber que estaba fingiendo. Sentía que debía decir algo para hacerle
entrar en razón. Algo que borrara del todo la culpa, y le diera fuerzas para
seguir adelante. Pero eso a él no se le daba bien. Le costaba expresar con
palabras aquello que sentía y, si alguna vez lo conseguía, resultaba demasiado
directo.
Y entonces, casi sin pensarlo, dijo algo que hizo reaccionar
a Carol. Fue un consejo que le dio su abuelo el día que le enseñó el
acantilado:
“Cuando sientas que
la suerte te da la espalda, busca un lugar apartado. Este acantilado es ideal.
Cierra los ojos y grita con todas tus fuerzas todo aquello que te haga sentir
mal. Déjalo salir. Expúlsalo. Cuando te quedes sin voz, abre los ojos y admira
el paisaje a tu alrededor. Contempla las olas en su eterno romper sobre las
rocas. Cómo atacan con furia al llegar a ellas, a más de cien metros bajo ti. Cómo
retroceden para tomar impulso y volver a intentarlo. Aunque crean que es
inútil. Que la roca nunca se romperá. Después de mucho tiempo, sus esfuerzos
darán sus frutos. Habrán moldeado la roca a su capricho, creando formas
imposibles. Ellas no se rinden nunca. Pase lo que pase, quiero que seas una
ola. Que le demuestres a la vida de lo que eres capaz”.
Solo dos lágrimas rodaron por sus mejillas, pero esta vez no
eran de tristeza. Eran de alivio. Dentro de lo que cabía, eran de felicidad.
Carol sintió que aquello era justamente lo que estaba esperando escuchar. Quizá
tan solo necesitara eso, el apoyo de un amigo.
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