14 de octubre
Querida Ayla,
Voy a transportarte hasta el principio de una gran historia. Nuestra
historia. Realmente, comienza el día en que nos conocimos, pero hay un momento en
ella que marcó un antes y un después en mi vida.
Cogidos de la mano, caminábamos por las calles de Madrid. Llevábamos
toda la tarde dando vueltas, sin parar de hablar y reír. Sin dejar de
profundizar en una relación que prometía traernos buenos momentos.
Empezó a llover con fuerza, así que buscamos el refugio de un portal. Para
cuando encontramos uno, ya estábamos empapados. Te rodee con mis brazos y
susurré un “te quiero”, casi inaudible. Acaricié tu rostro, recorriendo tus
pómulos con las yemas de mis dedos. Te dejaste arrastrar por mí hacia la acera.
Aún no había dejado de llover, pero no nos importó. Corrimos bajo la lluvia,
sintiéndola caer sobre cada poro de nuestra piel. Cuando llegamos a casa, no
pudimos resistir la tentación. Te llevé a cuestas sobre mi espalda hasta la
cama. Una sonrisa traviesa atravesó tu rostro. Nos deshicimos de la ropa y
fundimos nuestros labios en un baile desenfrenado, dejando que la pasión
hiciese el resto.
¿Lo recuerdas?
Ese día descubrí lo que siento por ti, aunque aun no encuentro las
palabras para describirlo. Lo sentí en aquel momento, y lo seguiré sintiendo el
resto de mi vida. Ese día supe que nunca me iría de tu lado. Me has tomado
preso, y no tengo ningún interés en escapar de tu trampa.
Siempre tuyo,
Leo.
Nunca se cansaría
de leer aquella carta. Era una especie de diario que contenía la prueba
irrefutable de su amor. Volvió a dejarla en el sobre y contempló una vez más el
patio mojado. Pequeñas gotas de agua recorrían el cristal de la ventana como si
de una carrera se tratase. Volvió a sentarse sobre el borde de la cama, donde
yacía Ayla. Siempre había sido una luchadora tenaz, pero hay cosas a las que
nadie puede vencer. No importa el coraje con que afrontes la situación, sino la
calma con que aceptes tu destino.
Tenía miedo a
olvidar, como lo había hecho Ayla. Miedo a despertar y no ser capaz de recordar
cómo conoció a la persona más importante de su vida. Más que una enfermedad,
parecía una maldición.
Agarró su mano con
cariño y le acarició la frente. Ayla abrió los ojos. Sus labios se encontraron
durante apenas unos segundos. No eran necesarias las palabras. No cuando llevas
más de cinco décadas junto a la persona a la que amas.
Sabían que habían
llegado a un punto en el que solo cabía esperar. Aguardar el momento en que
tocara marchar. A un lugar mejor, o a ninguna parte. Eso nadie lo sabe.
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