A
veces -y, desgraciadamente, cada vez se dan más casos- se acusa a los magos de
las letras de no ser fieles a la realidad, de teatralizar lo que les sucede, de
ver tragicomedias donde solo había una sombra, de encerrarse en sus libros
infectados con sueños -¡qué horror!-, de hablar poco y de tantas otras
herejías.
Como
ya sabréis, me encanta desmontar mitos e injusticias, y así procederé en este
nuevo caso.
¿No
son fieles a la realidad? Los magos de las letras son fieles a ella hasta dejar
de latir por sobredosis de versos. Sus sentidos están más desarrollados que los
de la mayoría de los mortales y los emplean para desentrañar los matices del rastro
de la lluvia en la tierra o del café recién hecho, los colores de risas y
miradas fugaces, la música en la piel, el baile de las olas rompiendo en
mortales acantilados (...).
No
teatralizan ni fabrican dramas por expreso deseo. Que quede claro, pues más
alto no podré decirlo: los magos de las letras no son sufridores, tan solo
intensos vividores.
Más
que encerrarse en los mundos que encierran los libros -como si de muñecas rusas
hablásemos-, diría que viven en ellos. ¿Acaso podría ser de otra forma? Son su
oxígeno para pensar, como el mar para las sirenas o el cielo para los ángeles.
Viven en ellos porque desean formar parte de los universos desconocidos que les
ofrecen. Los libros son sus biblias y en su religión, antes de dejar su propio
legado, beben de las creaciones de sus antecesores y coetáneos.
Hablan
poco porque prefieren observar y tomar notas mentales para sus poemas y
relatos. ¿Quién si no se encargaría de capturar los instantes que se lleva el
viento para hacerlos inmortales? Hablan poco porque antes de hacerlo recorren
laberintos y desiertos para bañar de valor cada palabra y a veces, cuando
pretenden al fin hablar, la fiesta ya ha terminado. ¿Qué hacen entonces? ¿Qué
hago entonces? Volvemos solos a casa, a nuestro hogar en la desordenada
trastienda de la conciencia, donde las heridas que parecían haber cicatrizado
florecen, donde el amor que parecía perdido se refugia del frío, donde las aves
con miedo a volar se encierran junto a horribles monstruos para superar sus
temores. Nos ovillamos en la cama, prendemos nuestra llama, afinamos la varita y con nuestra propia sangre construimos caminos, puertas y ventanas abiertas capaces de transportarte a rincones ocultos del alma. Y todo ello gracias a las palabras.
¡Que vivan los magos de las letras!
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