Una
tumba. Junto a la lápida, una fotografía. En realidad era una composición de
siete imágenes, en momentos y lugares diferentes. En todas ellas aparecían un
chico y una chica sonriendo. Parecían felices. Se podía percibir una gran
complicidad entre ellos, por lo que era difícil distinguir si eran pareja o tan
solo amigos. Lo que sí estaba claro es que un lazo muy fuerte los unía.
Frente
al nicho se distinguía una figura, sin duda femenina. Tenía un increíble
parecido con la chica de la foto… Era ella, aunque aparentaba ser mucho mayor.
Quizá no hubiera pasado tanto tiempo desde esos momentos en la fotografía, pero
su rostro ya no parecía tan alegre. Estaba levemente apagado, nostálgico.
Aunque
había aceptado la situación, no podía evitar añorar tiempos mejores. Tiempos de
risas y abrazos. De meriendas y sorpresas.
El
viento meció sus cabellos con suavidad, preguntándose el porqué de su profunda
melancolía. Ella se agachó y dejó una flor sobre la hierba. Un clavel rojo.
Lanzó
un último pensamiento que, como siempre, iba dedicado a aquellos momentos que
no habían podido compartir. A ese futuro que se auguraba maravilloso, aunque…
No, la vida no es perfecta. Pero ella siempre había pensado que las cosas pasan
por algún motivo. Y, aunque en este caso le costó encontrarlo, terminó
comprendiendo que, si había alguna razón, era la de hacerle más fuerte.
Llevaba
consigo la carta que él le había escrito cuando eran adolescentes. Aquella
carta en la que le confesaba el cariño que sentía por ella, aunque fuese
totalmente consciente de ello, pues el sentimiento era mutuo. Fue una de esas cómplices
sorpresas que solían hacerse el uno al otro.
En esa
carta también le hablaba de la grandeza del amor, y le instaba a hablarles a
los demás de él, tal y como ellos lo veían; intentar enseñarles a las personas
que el amor les llena el corazón. Que sin amor no se puede vivir. Y que, sobre
todo, el amor es libre.
“Ni
el tiempo, ni la distancia, ni el olvido podrían romper el lazo que nos une”. Al
recordar sus palabras se sintió algo mejor.
Se
enjugó las lágrimas y echó a andar con entereza, llevándose consigo, una vez
más, el recuerdo de su amigo. El mejor amigo que la vida podría haberle regalado
y después arrebatado.
A
pesar de todo, mereció la pena haber entrado a formar parte de su vida. Pasara
lo que pasara, siempre estaría a su lado. Él mismo se lo había prometido, y no
le cabía la menor duda de que así era. Aunque quisiera, no podrían alejarse. Él
era parte de su ser, de su historia.
"Él
vive en mí", le susurró al aire mientras esbozaba una sonrisa.
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