domingo, 24 de marzo de 2013

El tiempo está en tus manos


Tic-tac, nos susurra al oído.

Corre, vive deprisa, sin detenerte mucho a pensar.

Su fugacidad nos agobia, y es que avanza sin piedad. Nada ni nadie puede evitar que nos alcance en la carrera de la vida. Oxida nuestro cuerpo y nuestra mente, haciéndonos vulnerables. Nos hace sentir miedo e inseguridad.

Pero, ¿no dicen que si no puedes con tu enemigo, unirte a él es la mejor solución?

Es por eso que debemos aliarnos con el tiempo. Vivir cada instante, disfrutar de cada momento, porque llegará un día en que nuestra cuenta atrás toque a su fin. El tiempo no dudará en adelantarnos, poniendo el punto y final sobre nosotros.

Una vez que aprendamos el significado de la vida aceptaremos, sin resignación, nuestra condición de mortales.





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lunes, 11 de marzo de 2013

Aunque pase el tiempo (1er premio en el II concurso de microrrelatos "Cartas de amor", IES María Zambrano)


14 de octubre

Querida Ayla,

Voy a transportarte hasta el principio de una gran historia. Nuestra historia. Realmente, comienza el día en que nos conocimos, pero hay un momento en ella que marcó un antes y un después en mi vida.

Cogidos de la mano, caminábamos por las calles de Madrid. Llevábamos toda la tarde dando vueltas, sin parar de hablar y reír. Sin dejar de profundizar en una relación que prometía traernos buenos momentos.

Empezó a llover con fuerza, así que buscamos el refugio de un portal. Para cuando encontramos uno, ya estábamos empapados. Te rodee con mis brazos y susurré un “te quiero”, casi inaudible. Acaricié tu rostro, recorriendo tus pómulos con las yemas de mis dedos. Te dejaste arrastrar por mí hacia la acera. Aún no había dejado de llover, pero no nos importó. Corrimos bajo la lluvia, sintiéndola caer sobre cada poro de nuestra piel. Cuando llegamos a casa, no pudimos resistir la tentación. Te llevé a cuestas sobre mi espalda hasta la cama. Una sonrisa traviesa atravesó tu rostro. Nos deshicimos de la ropa y fundimos nuestros labios en un baile desenfrenado, dejando que la pasión hiciese el resto.

¿Lo recuerdas?

Ese día descubrí lo que siento por ti, aunque aun no encuentro las palabras para describirlo. Lo sentí en aquel momento, y lo seguiré sintiendo el resto de mi vida. Ese día supe que nunca me iría de tu lado. Me has tomado preso, y no tengo ningún interés en escapar de tu trampa.

Siempre tuyo,

Leo.


Nunca se cansaría de leer aquella carta. Era una especie de diario que contenía la prueba irrefutable de su amor. Volvió a dejarla en el sobre y contempló una vez más el patio mojado. Pequeñas gotas de agua recorrían el cristal de la ventana como si de una carrera se tratase. Volvió a sentarse sobre el borde de la cama, donde yacía Ayla. Siempre había sido una luchadora tenaz, pero hay cosas a las que nadie puede vencer. No importa el coraje con que afrontes la situación, sino la calma con que aceptes tu destino.

Tenía miedo a olvidar, como lo había hecho Ayla. Miedo a despertar y no ser capaz de recordar cómo conoció a la persona más importante de su vida. Más que una enfermedad, parecía una maldición.

Agarró su mano con cariño y le acarició la frente. Ayla abrió los ojos. Sus labios se encontraron durante apenas unos segundos. No eran necesarias las palabras. No cuando llevas más de cinco décadas junto a la persona a la que amas.

Sabían que habían llegado a un punto en el que solo cabía esperar. Aguardar el momento en que tocara marchar. A un lugar mejor, o a ninguna parte. Eso nadie lo sabe.





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