domingo, 23 de abril de 2017

Los magos de las letras


A veces -y, desgraciadamente, cada vez se dan más casos- se acusa a los magos de las letras de no ser fieles a la realidad, de teatralizar lo que les sucede, de ver tragicomedias donde solo había una sombra, de encerrarse en sus libros infectados con sueños -¡qué horror!-, de hablar poco y de tantas otras herejías.
Como ya sabréis, me encanta desmontar mitos e injusticias, y así procederé en este nuevo caso.
¿No son fieles a la realidad? Los magos de las letras son fieles a ella hasta dejar de latir por sobredosis de versos. Sus sentidos están más desarrollados que los de la mayoría de los mortales y los emplean para desentrañar los matices del rastro de la lluvia en la tierra o del café recién hecho, los colores de risas y miradas fugaces, la música en la piel, el baile de las olas rompiendo en mortales acantilados (...).
No teatralizan ni fabrican dramas por expreso deseo. Que quede claro, pues más alto no podré decirlo: los magos de las letras no son sufridores, tan solo intensos vividores.
Más que encerrarse en los mundos que encierran los libros -como si de muñecas rusas hablásemos-, diría que viven en ellos. ¿Acaso podría ser de otra forma? Son su oxígeno para pensar, como el mar para las sirenas o el cielo para los ángeles. Viven en ellos porque desean formar parte de los universos desconocidos que les ofrecen. Los libros son sus biblias y en su religión, antes de dejar su propio legado, beben de las creaciones de sus antecesores y coetáneos.
Hablan poco porque prefieren observar y tomar notas mentales para sus poemas y relatos. ¿Quién si no se encargaría de capturar los instantes que se lleva el viento para hacerlos inmortales? Hablan poco porque antes de hacerlo recorren laberintos y desiertos para bañar de valor cada palabra y a veces, cuando pretenden al fin hablar, la fiesta ya ha terminado. ¿Qué hacen entonces? ¿Qué hago entonces? Volvemos solos a casa, a nuestro hogar en la desordenada trastienda de la conciencia, donde las heridas que parecían haber cicatrizado florecen, donde el amor que parecía perdido se refugia del frío, donde las aves con miedo a volar se encierran junto a horribles monstruos para superar sus temores. Nos ovillamos en la cama, prendemos nuestra llama, afinamos la varita y con nuestra propia sangre construimos caminos, puertas y ventanas abiertas capaces de transportarte a rincones ocultos del alma. Y todo ello gracias a las palabras.

¡Que vivan los magos de las letras!
(Día mundial del libro, 23 de abril de 2017)