domingo, 4 de octubre de 2015

21 gramos

Dicen, y quién sabrá si es cierto o no, que el alma pesa 21 gramos. Que cuando exhalamos nuestro último suspiro de vida, el alma abandona nuestro cuerpo y viaja hacia quién sabe dónde. Quizá al Cielo de las Almas, donde descansan entre cojines de nubes, o al Departamento de la Reencarnación, para conocer el nuevo cuerpo en el que serán implantadas.

Sin embargo, cuando nuestro músculo tetracompartimentado firma su jubilación y los 21 gramos del alma son desalojados de nuestra piel y nuestros huesos, la Muerte aún tiene un largo camino por recorrer. Y es que la Muerte, al contrario que la Vida, no es dueña de nuestro ser. La Muerte debe aguardar siempre al Olvido, pues aun después de ser tierra y polvo, antes de ser nada, hallamos cobijo anidando en la memoria de aquellos que nos aman.

Los 21 gramos del alma de un ser querido pueden llegar a convertirse en la droga más adictiva y peligrosa, llegando a formar parte de nosotros mismos, durmiendo entre los recovecos de cada una de nuestras células.

Guardamos celosamente cada palabra, beso, caricia y abrazo que compartimos. Archivamos las anécdotas, los secretos y confesiones, los buenos y los malos momentos, cada sonrisa y cada lágrima al lado de quienes nos importan. Defendemos con furia los colores de sus risas y esas chispas en la mirada, capaces de crear terribles y contagiosos incendios de amor.

Cuando el Olvido entra en escena para representar su papel, entonces, y solo entonces, la Muerte podrá bajar el telón en nuestra función, poniendo punto y final a nuestra obra. Mientras tanto, permaneceremos en este mundo. No en cuerpo, pero sí en alma. Mientras tanto, seremos recuerdo. Seremos inmortales.