lunes, 27 de noviembre de 2017

Cúrame este frío


Encontraré un rincón
entre mis recovecos
que no me recuerde
la letra de nuestra canción,
que no me devuelva tu reflejo,
que no me arranque tus acordes.

Me dejaré mecer por un viento
que no me traiga tu voz
y quizá, si me miento,
borre de tu risa el dolor
de saber que no te tengo.

Compondré una melodía
que no hable de tu sonrisa.
Versaré los gélidos días
de melancolía en la brisa.
Tejeré cien poemas de papel
que me abriguen al anochecer.

Buscaré mi reflejo
en despistados espejos
que no recuerden la verdad,
que me digan que les da igual
el motivo de mis ojeras,
el motor de mi rebeldía,
la razón de tanta pena,
el origen de mi agonía.

Aprenderé a no encargar
recuerdos para dos.

Prometo desvelar
los misterios de mi dolor.

Mientras tanto,
resucito tu abrazo
aunque ya no sepa igual.

Sintonizo tu risa caducada.

Me aferro a tu presencia enlatada
como álamo nostálgico en otoño.

Invoco tus pies junto a los míos.
Ya no sé cómo curarme el frío.



sábado, 28 de octubre de 2017

Catarsis


Cuatro cafés, cuatro amigos en la terraza de un bar, mil historias de la maraña a la que llamamos vida. He capturado algunas de ellas, las que en este hipotético día en la terraza de algún bar hicieron que 4 amigos consiguieran realizar una sanadora catarsis. Podrían haber sido otras historias, otros amigos y otro lugar pero a través de estas que comparto contigo, querido lector, podrán venir a tu mente todas cuantas desees.

Procederemos de la siguiente forma: cada amigo, representado con un número del 1 al 4, expondrá brevemente el detonante de su necesidad de hacer catarsis, la cual se llevará a cabo de forma conjunta cuando todos hayan compartido su historia con los demás.

NOTA: transcribo las historias basándome en las declaraciones de cada amigo y en la lectura de sus ojos (sí, nuestros ojos hablan y yo sé leerlos).

¿Estás preparado?

1. 
He vuelto con mi ex. Sí, ya sé que suena a la típica escena de película en la que mis amigos me dicen que me estoy equivocando, que esto nunca sale bien, etc. Podéis decírmelo si queréis pero os aseguro que el error no es volver con él; el error lo cometí yo cuando dinamité nuestra relación. En este tiempo me he dado cuenta de algo: guardaba miedos, inseguridades, heridas sin cicatrizar que me atormentaban. Nunca permití que sanaran o accedieran a ellas; las guardé bajo llave. Ahora os puedo asegurar que ese tratamiento para las heridas tan solo consigue que se infecten y se extiendan hasta contagiar tu entorno. Esas heridas pueden convertirse en el peor veneno de una relación.
He aprendido una gran lección: debemos aceptar el dolor. Nos empeñamos en huir de situaciones o personas que nos causen dolor cuando este es parte de la vida. Es incluso necesario, diría yo. Al fin y al cabo, no hay calma sin dolor. Jamás sabrás apreciar un vaso medio lleno si no lo has visto vacío.
Os juro que nunca me había sentido tan mal con mi propia persona (y mira que me habéis visto varias veces asomarme al abismo...) pero compartirlo con vosotros me ayuda más de lo que podéis imaginar, es una forma de poner punto y aparte a una etapa de cambios, de evolución. He asumido mis errores, he superado mi tristeza (o, al menos, he aprendido a vivir con ella) y ahora me siento más fuerte que nunca para demostrar que sé amar. 

2. 
Dicen que soy hombre de pocas (pero acertadas) palabras. Debe ser un defecto profesional, por aquello de tejer versos en forma de balas que impacten de pleno en el corazón, que desajusten las válvulas de escape para hacer despertar a mis víctimas.
Para alcanzar un buen manejo de la palabra hay que conocer sus lugares favoritos, los acompañantes que hacen que se sienta segura, la ropa que le hace sentir deseada. Deberás tomar nota de los felinos: guarda silencio, observa con sigilo y actúa en el momento exacto, articulando tu movimiento con el ángulo preciso.
Me da la impresión de que últimamente no nos fijamos mucho en los felinos. ¿Qué nos pasa? No sabemos callarnos ni escuchar. No nos damos cuenta de todo lo que puede llegar a decir un silencio. Liberamos a través de la trampilla de nuestra boca cualquier palabra que se nos antoja sin pensar en las consecuencias.
Me entristece ver cómo muchos de estos vocablos se convierten en presa de discursos vacíos que no dicen nada. En ellos, las palabras nacen sin alas y no tienen más remedio que saltar, flotar apenas por un instante y resignarse a la caída, al olvido. Flaco favor hacen empañando la labor de las familias de palabras respetables, las que saben volar. A estas, aunque cada vez menos comunes, me enorgullece contemplarlas. Admiro cómo alzan el vuelo y planean sobre nuestras mentes. A veces entran por una especie de puertas que poseemos a ambos lados de la cabeza y se instalan en nuestro interior. Si consiguen construir un nido lo suficientemente cómodo pueden incluso dejar descendencia, inspirando así la creación de nuevas generaciones de palabras, nuevas formas de modularlas y canalizar la pasión.

3. 
Mis abuelos cumplían el prototipo de la pareja de ancianos que siempre acude a nuestra mente: construyeron y sacaron adelante un hogar en tiempos de guerra, hambre y verdades silenciadas; celebraron sus bodas de plata, oro y platino; se emocionan al verse rodeados de todos sus hijos y nietos y se (ad)miran en silencio porque las palabras ya perdieron su sentido.
No he sabido valorar esta última realidad hasta que, de la única forma que nos permite apreciar las cosas más bellas, desapareció de mi vida. Lo hizo lentamente: mi abuelo cayó enfermo y pasó sus últimos meses postrado a una cama. Maldito cáncer.
Mi abuela no permitió que nadie la separase de aquella cama, ni siquiera cuando el sueño vencía su débil figura y caía rendida a sus pies. En este tiempo he compartido con ella algunos momentos de intimidad en los que hemos viajado hasta los rincones ya algo turbios de su memoria para hacer honor a su amor por mi abuelo. Pude leer las primeras cartas que se intercambiaron, escuchar de su boca los mejores y peores momentos de sus vidas.
Ahora he podido ver el brillo en los ojos de mi abuela cuando contempla el rostro consumido de mi abuelo, la magia de sus silencios, el favor mudo que no precisa ser pedido ni agradecido, sino que se hace sin ser cuestionado. He podido ver todos esos pequeños detalles que construyen algo grande, los granos de arena que hacen el castillo.
He visto lo que es el amor y, aunque no me siento capaz de ser protagonista de una historia así, creo que conocerla me ha hecho madurar.

4. 
Hace unos días viví un suceso desesperanzador a la par que indignante. De camino a clase en la facultad, como casi todos los días, me crucé con un grupo de críos de instituto. Normalmente caminan como yo, cual zombi sin cerebro, incapaces de articular un pensamiento lúcido a tan tempranas horas del día; sin embargo, esta vez parecían muy despiertos. El que parecía el macho alfa decidió interactuar conmigo de la siguiente forma: "¡eh, chica! ¡Pss, chica! Ah, no, que es un chico" (por si no lo sabías, llevar fular y pulseras te convierte automáticamente en un miembro del género femenino: el débil, el demasiado emocional, el que provoca y se ofende por todo,...). Todos los miembros de la manada (unos 7 u 8) emitieron su característica risa, esa risa comprometida con la inclusión social en un grupo de jóvenes que aún no ha aprendido a enfrentarse a la vida. Esa risa desesperada que te convierte en cómplice de un crimen que pudiste evitar.
Sucesos tan aparentemente inofensivos como este me hacen cuestionarnos como sociedad. Somos homófobos, intolerantes, machistas, racistas... Progresamos a paso lento de tortuga, a veces incluso hacia atrás cual cangrejo (no olvidemos que somos animales). Está en nuestra mano aportar nuestro grano de arena para cambiar el mundo y creo firmemente que la mejor forma de cambiar las cosas es dar ejemplo. Por eso hago un llamamiento a la libertad: seguiré llevando pañuelo y pulseras si me da la gana, amaré al prójimo sin importarme su sexo si me da la gana, te versaré aunque no me ames si me da la gana.
Ahora lo sé: no nací para dar explicaciones, nací para ser libre. Gracias, amigos, por quererme tal y como soy, de la misma forma que yo os amo a vosotros.

Este grupo de amigos tenía por costumbre coleccionar azucarillos de café con frases inspiradoras. Aquel día, como si de un acto divino se tratase, cada azucarillo contenía una frase que parecía resumir a la perfección las inquietudes que habían compartido. O quizá fue la frase lo que inspiró la construcción de sus relatos, aunque prefiero abrazar el misticismo de mi primera teoría. En cualquier caso, las frases de azucarillo eran las siguientes:

1. "Los errores no se niegan, se asumen; la tristeza no se llora, se supera; y el amor no se grita, se demuestra".
2. "Si los hombres han nacido con dos ojos, dos orejas y una sola lengua es porque se debe escuchar y mirar dos veces antes de hablar" (Marquesa de Sévigné).
3. "Las cosas más grandes del mundo las definen sus pequeños detalles" (Lutor).
4. "No vivas dando tantas explicaciones; tus amigos no las necesitan, tus enemigos no las creen y los estúpidos no las entienden" (Oscar Wilde).

Tras abrirse en canal, los amigos sellaron su pacto de confidencialidad y apoyo incondicional y se despidieron. Fue entonces cuando pude leer en sus ojos el final de la historia de una pequeña herida. Las heridas nacen, crecen y, si no se sanan compartiéndolas y presentándoles a otras heridas, se infectan y te matan lentamente.

El que se equivoca. El poeta. El romántico. El que reivindica. Todos ellos son caras de mi prisma. No soy ninguno de ellos y soy todos ellos al mismo tiempo. Todos ellos viven en mí.
El alma abierta de madrugada.
Lágrimas, (son)risas.
Amigos, tesoros.
Incendios.
Corazón.
Liberación.
Catarsis.

domingo, 3 de septiembre de 2017

No quedan días de verano


Jugamos a ser dioses 
sin movernos de la cama.
Creímos que jamás
llovería en nuestra llama.

Tumbados sobre la hierba, seguíamos con la mirada la frenética carrera de las nubes. Algunas crecían a medida que avanzaban y, finalmente, hallaban un nuevo horizonte. Otras, por el contrario, se deshacían con el suave viento, sin resistir el duro viaje que la naturaleza les había encomendado. Las más nostálgicas iban quedando rezagadas hasta verse suspendidas en el cielo, perdidas en un limbo sin color ni futuro. Las había incluso revolucionarias, nubes que cuestionaban aquella marcha milenaria y se agrupaban en oscuros cúmulos de moléculas de agua y polvo para invocar al ruido entre lágrimas rebeldes.
A la orilla de nuestro lago, entre el canto de las aves, le suplicábamos al Dios del Tiempo que aquel verano no acabase nunca. 

Quisimos ser reyes de un cuento,
gobernantes de nuestra fantasía.

Quisimos retener lo efímero
para hacerlo eterno,
no tener nada que temer,
tenerlo todo, tenernos,
en mil pecados perdernos.

Aquel verano terminó. Como diría Amaral en su eterna sabiduría callejera, "no quedan días de verano"; "agosto de calor, septiembre de tormenta".
Las nubes lloraron nuestra ausencia. Las aves se sumieron en un largo silencio. El lago se volvió oscuro y frío tras esconder nuestro recuerdo en sus aguas más profundas. La hierba se secó y un manto de nieve cubrió su cadáver.
"Ya no hay amor", nos susurraba el bosque en su antiguo lenguaje. Se nos rompió el amor de tanto usarlo o, más bien, de no haberle hecho justicia. No nos amamos poco, nos amamos mal. 

Lo efímero muere
si dura más que un suspiro,
es tan corto el amor
y tan largo el olvido...

Preso de una oscura pasión,
nuestro fuego ardió con prisa.
Ayer sonó nuestra canción,
hoy solo quedan cenizas.

Lo bueno, si breve,
dos veces duele, 
dos veces llueve,
dos veces bello.

miércoles, 28 de junio de 2017

Orgullosamente


Como bien sabréis, estos días está teniendo lugar la celebración del Orgullo LGBTI.  Concretamente hoy, 28 de junio, es el día Internacional del Orgullo LGBTI y de la Diversidad Sexual. Como también debéis saber, o al menos intuir, esto es importante, y además lo es por muchos motivos (NOTA: esto es una buena noticia).
En primer lugar, Madrid es este año la sede a nivel mundial para dicha celebración. Además, se conmemoran los 40 años que cumple el movimiento en España. Por otro lado, si echamos la vista atrás, se ha producido una innegable apertura de mentes (otra buena noticia que... SPOILER: será matizada más adelante).
Que Madrid sea capital mundial del Orgullo no significa ni mucho menos que seamos un gran ejemplo de tolerancia y respeto, por mucho que se empeñen las estadísticas en situarnos a la cabeza en la materia. Creo que este desajuste con la realidad se debe a que también estamos a la cabeza en darnos golpes en el pecho reivindicando igualdad mientras reímos gracias oxidadas, estamos a la cabeza en crear esa fachada tan característica del político ibérico de salir en la foto para dejar constancia de su presencia pero implicarse lo mínimo para no mancharse las manos (como el que nunca hace nada en un trabajo de grupo).
Hay quien parece creer que hace más de 40 años los maricones, las bolleras, los travelos y los indecisos ni siquiera existían en España, que debieron surgir a raíz de una extraña mutación cromosómica que induce malformaciones y severos trastornos neurológicos, que desde entonces no han cesado en su empeño hasta conseguir que no se los tratase como a enfermos y que actualmente pretenden construir un imperio en el que se castigue a los que no lo estén. ¿Acaso te suena a ciencia ficción? ¿Crees que no es real, que no ocurre hoy, ahora? Vuélvelo a leer si lo necesitas.
Ahí va un dato relevante, a la par que sorprendente, que quizás no conocías: la Organización Mundial de la Salud dejó de considerar la homosexualidad como una enfermedad en el año 1990 (es decir, antes de ayer porque, literalmente, 27 años no son nada).
En cuanto a la apertura de mentes, admito que sí, que hemos avanzado en estos 40 años (¡faltaría más!). Lo que no tengo tan claro es hacia dónde estamos avanzando en estos últimos tiempos. Tengo la terrible sensación de que nos ha invadido una actitud de cangrejo y estamos retrocediendo en lugar de avanzar.
¿No estás de acuerdo conmigo?
Te ofrezco otro dato a tener en cuenta: los delitos de odio contra la orientación sexual no solo no disminuyen en los últimos años, sino que se han incrementado. Vale, es cierto que quizás exista un menor temor a denunciar estos delitos pero eso no los reduce ni los hace menos graves.

Estoy harto de escuchar día a día burradas como las siguientes (entre paréntesis mis respuestas u opiniones al respecto):
-"¿Por qué hay que celebrar un día del Orgullo?" (Básicamente, porque gracias a gente como tú aún hoy existe opresión por condiciones de género, orientación sexual e incluso por el color del pelo o la ropa con la que te vistes. Aunque te resulte difícil de entender, el Orgullo no consiste en exhibir tu carne viajando sobre una carroza de purpurina rosa rodeado de unicornios que vomitan arcoiris).
-"Pero es que yo también estoy orgulloso de ser heterosexual" (¡Enhorabuena! No se trata de celebrar tus preferencias amorosas, sino de reivindicar derechos, visibilidad, respeto y tolerancia hacia un colectivo que no debería serlo, pues jamás se debería excluir a nadie por negarse a ocultar quien es. Se trata de una reivindicación a la cual, por supuesto, estás invitado).
-"A ver, si yo respeto... de hecho, tengo amigos gays" (A estas personas les otorgo mi más sincero reconocimiento por su admirable ejercicio de inclusión social).
-"Puedo llegar a entender eso del mismo sexo pero  lo de la bisexualidad es puro vicio" (?????).
-"El homopatriarcado..." (ERROR 404: NOT FOUND)

Mientras existan estos y otros tantos prejuicios, mientras existan curas que oficien misas homófobas en nombre de un dios que se horrorizaría al conocernos, mientras una sociedad que domina el baile de la máscara falsa siga colocando obstáculos a la libertad, mientras el miedo y la ignorancia sirvan de pretexto para cortar alas, (...). Mientras todo eso siga ocurriendo, será necesario luchar. Luchar por la paz, aunque pueda sonar contradictorio, pues hablo de una lucha silenciosa, positiva, que construya y no excluya, que no vaya en contra de nadie. Creo que el pilar para esa lucha nace en la educación como semilla de la tolerancia y el respeto.
Llamadme iluso si así lo estimáis oportuno pero creo firmemente que los grandes hitos se alcanzan desde las pequeñas cosas. Desde dentro hacia fuera. Desde la base hasta la cima.
Si crees en el Amor, debes sentirte parte de esta pequeña gran revolución. No es cuestión de siglas, pues estas pueden ser apenas el vehículo para la lucha de la que hablo. Es cuestión de algo mucho más valioso: las personas. No olvidemos lo que somos.

Orgullosamente.
Orgullosa mente.
Me declaro orgulloso de mi mente.

Atentamente,

PQR




NOTA: si te has sentido identificado con mis palabras, te recomiendo leer entradas anteriores de mi blog como "Carta a la libertad" (27 de enero de 2017), "Del odio al amor" (25 de marzo de 2016) o "Alma del viento" (20 de febrero de 2016).

miércoles, 31 de mayo de 2017

Escribo, luego existo


Para escribir debo vivir.
Para vivir debo escribir.

Cada poema es una herida.
Cada verso, una salida.

Mi vida es una montaña rusa
que vuela inocente, ilusa.

Se adentra profundo en mi ser,
explora los motivos del querer.
En su camino abraza y siente.

Su meta, más allá de las nubes,
donde se escribe el destino
latente, cambiante, naciente.

Para volar debes caer.
Para quemar debes arder.

Los vasos se vacían y llenan
según los ojos que los observan.
¿Cómo sabrás apreciar un vaso medio lleno
si no osaste vaciarlo para conocer su fondo?

Para verme, mírame.
Para amarme, ámate.
Yo ya lo aprendí.
Que se vuela más alto tras sufrir.
Que tras bajar todo será subir.
Que tu risa suena mejor
si se alimenta de tus lágrimas,
si nace de tu dolor
reencarnado en calma.


domingo, 23 de abril de 2017

Los magos de las letras


A veces -y, desgraciadamente, cada vez se dan más casos- se acusa a los magos de las letras de no ser fieles a la realidad, de teatralizar lo que les sucede, de ver tragicomedias donde solo había una sombra, de encerrarse en sus libros infectados con sueños -¡qué horror!-, de hablar poco y de tantas otras herejías.
Como ya sabréis, me encanta desmontar mitos e injusticias, y así procederé en este nuevo caso.
¿No son fieles a la realidad? Los magos de las letras son fieles a ella hasta dejar de latir por sobredosis de versos. Sus sentidos están más desarrollados que los de la mayoría de los mortales y los emplean para desentrañar los matices del rastro de la lluvia en la tierra o del café recién hecho, los colores de risas y miradas fugaces, la música en la piel, el baile de las olas rompiendo en mortales acantilados (...).
No teatralizan ni fabrican dramas por expreso deseo. Que quede claro, pues más alto no podré decirlo: los magos de las letras no son sufridores, tan solo intensos vividores.
Más que encerrarse en los mundos que encierran los libros -como si de muñecas rusas hablásemos-, diría que viven en ellos. ¿Acaso podría ser de otra forma? Son su oxígeno para pensar, como el mar para las sirenas o el cielo para los ángeles. Viven en ellos porque desean formar parte de los universos desconocidos que les ofrecen. Los libros son sus biblias y en su religión, antes de dejar su propio legado, beben de las creaciones de sus antecesores y coetáneos.
Hablan poco porque prefieren observar y tomar notas mentales para sus poemas y relatos. ¿Quién si no se encargaría de capturar los instantes que se lleva el viento para hacerlos inmortales? Hablan poco porque antes de hacerlo recorren laberintos y desiertos para bañar de valor cada palabra y a veces, cuando pretenden al fin hablar, la fiesta ya ha terminado. ¿Qué hacen entonces? ¿Qué hago entonces? Volvemos solos a casa, a nuestro hogar en la desordenada trastienda de la conciencia, donde las heridas que parecían haber cicatrizado florecen, donde el amor que parecía perdido se refugia del frío, donde las aves con miedo a volar se encierran junto a horribles monstruos para superar sus temores. Nos ovillamos en la cama, prendemos nuestra llama, afinamos la varita y con nuestra propia sangre construimos caminos, puertas y ventanas abiertas capaces de transportarte a rincones ocultos del alma. Y todo ello gracias a las palabras.

¡Que vivan los magos de las letras!
(Día mundial del libro, 23 de abril de 2017)



martes, 21 de marzo de 2017

El espejo del alma

Confieso que me encanta desmontar mitos. Cuando descubro sus puntos débiles disfruto destronándolos, desmembrándolos hasta dejarlos irreconocibles para mostrar la verdad que escondían.

Comencemos: "la curiosidad mató al gato". Puede resultar, cuanto menos, curioso, pero no creo que ningún felino haya muerto de curiosidad, aunque quizá sí lo haya hecho a causa de una mirada mortal. Y es que el mayor mecanismo de comunicación no es la palabra, sino la mirada. Y, precisamente por ese motivo, reconozco que el siguiente mito sí es cierto: "una imagen vale más que mil palabras".

A veces una mirada es capaz de decir tanto... Te quiero. Te odio. No te quiero lo suficiente como para hacerte feliz pero sí lo suficiente como para dejarte volar. Te quiero demasiado (tanto que duele, duele imaginar que te pierdo). Te he echado de menos. He de decirte algo que te hará llorar. Lloro porque estamos tan conectados que no hace falta fabricar ninguna palabra en mis labios. Quiero besar los tuyos. Estoy pensando lo mismo que tú en este preciso instante (y sé que tú lo sabes, y sabes que yo lo sé). Necesito que me arropes entre tus brazos. Necesito que me arranques la ropa y me hagas olvidar hasta mi nombre. Gracias, amigo, por poder contar contigo. Soy adicto a la música contagiosa de tu prodigiosa garganta. En este preciso segundo me siento la persona más feliz del mundo. Tengo las alas rotas. Me he perdido en mi propio laberinto y no recuerdo el camino de vuelta. Intento retener las luces de tu rostro en mi retina porque presiento que esta será la última vez que nos veamos (...).

Es tal el poder de la mirada que es capaz de hablar por nosotros incluso sin nuestro consentimiento. Cuando no acertamos a leer la voluntad de nuestro (co)razón, el alma, en un arrebato de razón, se asoma a nuestros ojos y lo grita a través de nuestras pupilas. Aquellos que saben leer miradas descubrirán secretos en pares de ojos que ni siquiera sus dueños conocen. Los que sepan leer entre pestañas serán testigos de confesiones involuntarias que aún no estaban preparadas para nacer. Podrán asomarse al pozo de la verdad y descubrir aquello que tememos perder. Y podrán también los lectores del espejo del alma lanzar su propia mirada, una mirada que diga "estoy aquí, te entiendo, no tengas miedo".

viernes, 27 de enero de 2017

Carta a la libertad


Querido lector,

Hace poco he presenciado dos escenas en momentos y lugares diferentes. Ambas las había vivido anteriormente al menos una vez, pero encontrarme con ellas en un lapso de tiempo de apenas unos días me ha llevado a escribir algo al respecto.

La primera escena tiene como protagonistas a dos niños que juegan. Inevitablemente, surge un pequeño roce cuando uno de ellos toma prestado algo del otro, que dibuja una mueca contrariada en su rostro. Los padres solucionan eficazmente el asunto y piden un beso de reconciliación. Los niños se dan un beso fugaz en los labios. Nadie se echa las manos a la cabeza. Nos lo tomamos con humor. ¿Por qué? Porque da igual. Porque no importa. Porque los niños retomaron su juego como si nada y los adultos siguieron hablando.

Desgraciadamente, no todo el mundo opina así.
La segunda escena ocurre entre alumnos universitarios (dicen que somos el futuro). Escucho una conversación ajena (no por cotilleo, sino por simple cercanía) en la que un joven (llamémosle X) le confiesa a su amiga su preocupación por la bisexualidad. X dice que puede llegar a entender, no sin cierta dificultad, que "a un tío le guste un tío o a una tía le guste una tía" (NOTA: mi más sincera enhorabuena a X por su esfuerzo de inclusión social). Sin embargo, la bisexualidad se le antoja antinatural. Debe de tratarse de una Etapa de Indecisión Sexual (EIS creo que lo llaman) o quizá se trate de un comportamiento rebelde para adentrarse en la lujuria porque, según X, "la bisexualidad es puro vicio". Su amiga asiente y ríe levemente. Parece estar de acuerdo con X.

Creo que la conclusión es diáfana pero, por si acaso, la compartiré contigo: no nacemos intolerantes. La intolerancia se hace. El odio se hace. La ignorancia se hace. La violencia se hace. Nunca se nace. La inocencia de los niños lo demuestra. La tímida apertura de mente de los que ya no son tan niños lo reafirma.

Tú decides. Está en tu mano (o, más bien, en tu mente y en tu corazón). ¿Qué vas a transmitir a tu entorno y a las futuras generaciones? Tienes la capacidad de sembrar el respeto y la libertad o la intolerancia y el odio. Eso sí, ten presente que aquello que siembres será lo que recojas.

Atentamente,



PQR