domingo, 23 de junio de 2013

La historia de las estaciones

Cuenta la leyenda que hubo un tiempo en que las cuatro estaciones convivieron en nuestro mundo. La primavera, el verano, el otoño y el invierno se manifestaban a la vez, durante todo el año.

Las copas de los árboles se cubrían con sombreros de escarcha, y vestían tanto hojas secas como hojas verdes y llenas de vida. Un sol que, sin llegar a ser abrasador, templaba el ambiente, lanzaba sus rayos hacia la tierra. Las flores se mecían tímidamente con un suave viento que se mantenía imperturbable durante todo el año. Y es que era la combinación perfecta de la brisa cálida del verano y la fresca corriente de la primavera con el frío gélido del invierno y el aire nostálgico del otoño.

Durante muchos siglos, se mantuvo el equilibrio entre las cuatro. No hubo problemas. Hasta que empezaron a pelear entre ellas. Ya no soportaban tener que compartir la tierra. Las estaciones querían dominar la una sobre la otra. Cada una amaba la naturaleza creada a su propio antojo. Y comenzaron las rencillas, motivadas por su egoísmo.

A punto estuvieron las estaciones de arrasarlo todo. Su avaricia les hizo luchar por eliminarse mutuamente. Rompieron la unidad que habían mantenido durante tanto tiempo, por no ser capaces de ver más allá de sus propios intereses.

Sin embargo, sí fueron capaces de comprender el sinsentido de su continua autodestrucción y, por su propio bien, decidieron reaccionar. En una ráfaga de sensatez, tomaron una decisión. Si no dejaban de pelear, si no eran capaces de volver al equilibrio que las había mantenido unidas durante tanto tiempo… debían separarse. Todas estuvieron de acuerdo en que esa era la única solución.

Y así fue como las estaciones, que siempre habían hecho acto de presencia al mismo tiempo, aprendieron a compartir. Cada una dispondría de tres meses en los que podrían moldear el entorno a su antojo. Una vez acabada su tarea, se sumirían en un sueño reparador, hasta que volviese a llegarles el turno.




 

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