lunes, 30 de noviembre de 2015

Déjà vu


Lo he vuelto a hacer.
Otra vez
he vuelto a caer
en la trampa de tus labios,
en tu piel amable.
De tus pecados varios
me declaro culpable.

Me volví a perder en ti,
laberinto inescrutable,
pesadilla sin fin.

Me equivoqué.


Otra vez
el control en pedazos.
Vuelvo a amanecer
enredado en tus brazos.

De nuevo, la noche en vela
bailando entre tu melena.

Me prometí no desearte,
no extrañarte ni pensarte.
Pero mi corazón escala
todos los muros contra ti.
Tu recuerdo no comprende
mis mentiras para dormir.

Contacto efímero
que alimenta mi sed,
deseo pasajero
de caer en tu red.
Susurros prohibidos,
conjuro de pasión,
jadeos dormidos,
pura diversión.


Otra vez perdí
mi armadura de cristal.
Me asusté al caer
en tu abrazo mortal.

Retrocedí.


Otra vez te he vuelto a ver
en el café de la mañana,
en la silueta de las nubes.
Cuando no sabes qué hacer,
cuando todo se enmaraña,
dime, ¡dime a dónde acudes!


Una vez más
te vuelvo a encontrar.
¿Te conozco?
Quizá.

Una vez más
volvemos a empezar.
Te saludo en la mejilla.
Volvemos a descubrirnos.
Rememoras mis cosquillas
y los botones perdidos.

Exploramos los caminos
donde un día nos perdimos.

Me besas desde el ayer.
Yo te verso sin querer.
Y, una vez más,
decido equivocarme.
Decido quedarme.
Decido protegerte.
No me arriesgo a perderte.

Disfrutarte
antes que matarte,
darte alegrías
que serán las mías.

Y cuando esté realmente preparado,
cuando este temporal haya pasado,
te buscaré con una sonrisa
para devolvernos nuestra risa
que ilumina el rostro y se contagia,
que mantiene a los monstruos a raya.

No podré borrar la herida de tu corazón
pero al menos déjame que te dé la razón.

De todo me arrepiento.
Grito y pienso que lo siento
por las ilusiones dormidas,
por mis balas perdidas,
por ocultarte las salidas,
por pasar así por tu vida.

Ya no seré más el que te haga llorar.
Seré el que pudo y no fue,
el que se arriesgó a perder
y de tanto perder no se encontró.

domingo, 4 de octubre de 2015

21 gramos

Dicen, y quién sabrá si es cierto o no, que el alma pesa 21 gramos. Que cuando exhalamos nuestro último suspiro de vida, el alma abandona nuestro cuerpo y viaja hacia quién sabe dónde. Quizá al Cielo de las Almas, donde descansan entre cojines de nubes, o al Departamento de la Reencarnación, para conocer el nuevo cuerpo en el que serán implantadas.

Sin embargo, cuando nuestro músculo tetracompartimentado firma su jubilación y los 21 gramos del alma son desalojados de nuestra piel y nuestros huesos, la Muerte aún tiene un largo camino por recorrer. Y es que la Muerte, al contrario que la Vida, no es dueña de nuestro ser. La Muerte debe aguardar siempre al Olvido, pues aun después de ser tierra y polvo, antes de ser nada, hallamos cobijo anidando en la memoria de aquellos que nos aman.

Los 21 gramos del alma de un ser querido pueden llegar a convertirse en la droga más adictiva y peligrosa, llegando a formar parte de nosotros mismos, durmiendo entre los recovecos de cada una de nuestras células.

Guardamos celosamente cada palabra, beso, caricia y abrazo que compartimos. Archivamos las anécdotas, los secretos y confesiones, los buenos y los malos momentos, cada sonrisa y cada lágrima al lado de quienes nos importan. Defendemos con furia los colores de sus risas y esas chispas en la mirada, capaces de crear terribles y contagiosos incendios de amor.

Cuando el Olvido entra en escena para representar su papel, entonces, y solo entonces, la Muerte podrá bajar el telón en nuestra función, poniendo punto y final a nuestra obra. Mientras tanto, permaneceremos en este mundo. No en cuerpo, pero sí en alma. Mientras tanto, seremos recuerdo. Seremos inmortales.

lunes, 7 de septiembre de 2015

El monstruo del laberinto

No sabía hacia dónde me dirigía, ni cuánto tiempo llevaba allí. Con cada paso que daba, el laberinto cambiaba de forma, cerrándome el paso, ocultándome la salida.

El monstruo me perseguía, aferrado a mi sombra, siempre pisándome los talones y anticipándose a mis movimientos. A veces me cortaba el paso y yo debía buscar otro camino, pero él siempre conseguía evitar que huyera. El monstruo parecía conocer a fondo cada recoveco de aquel laberinto. Parecía capaz de mirar a los ojos a mi alma asustada y, sin embargo, yo nunca pude contemplar su rostro. A pesar del miedo que me profesaba, jamás adiviné su silueta ni su voz.

Los muros de mi cárcel crecían en todas direcciones, pero mis pies nunca corrían lo suficiente. Las alas, si es que las tenía, no me permitían sobrevolar el laberinto. Mis fuerzas se consumían por momentos, pero me había prometido encontrar el remedio para aquel cautiverio. Tendría que haber alguna manera...


Más tarde descubrí que el monstruo del laberinto no moraba en otro cuerpo sino en el mío. El monstruo me conoce tanto o más que yo mismo porque habita en mi interior. Yo era el constructor de mi propia trampa. Yo construí el laberinto y me perdí en él.

Podía dejar que el monstruo me acechara, que creciera sin límites y me dominara, o podía hacer que adoptara la forma que yo quisiera. El control estaba en mis manos.

Pero no derribé el laberinto, ni tampoco maté al monstruo. Decidí que el plan A ya no sería la huida.

No solo hallé la salida sino que, además, recorrí mil veces cada camino y pasadizo dentro del laberinto. Salí y volví a entrar las veces que hizo falta hasta que conseguí desentrañar todos sus secretos, que eran, al fin y al cabo, los míos.

Me hice amigo del monstruo. Le puse nombre y le di la forma de una terrible fiera, con garras afiladas y un rugido capaz de acobardar al más valiente. Aunque no siempre salga todo bien, he dotado a mi monstruo de una temible capacidad: salir a comerse el mundo junto a mí cada día, destrozando los problemas de un zarpazo y entonando el rugido del ganador.

martes, 18 de agosto de 2015

Crónica de un beso

Tu boca y mi boca guardan secretos inconfesables. Albergan náufragos que no quieren ser rescatados por ninguna sirena y cofres que contienen los más grandes tesoros jamás escondidos.

La distancia entre tu boca y la mía es un campo de batalla en el que no existen normas ni límites. Yo tiro la primera piedra: te atrapo con la mirada y caes rendido entre la red de mis brazos. Soy el capitán de tu piel salvaje.

Tras el primer ataque, los mares se funden en una perfecta simbiosis. Las olas embravecen y luego se calman, como si los mares se transformaran en un inmenso lago de agua dulce, que me permite adentrarme hasta el fondo de tu ser. Descubro tus naufragios y reparo tus heridas. Encuentro tus tesoros y guardo tus secretos. Me dejo arrastrar por tus corrientes de aguas cálidas hacia un baile húmedo, perfectamente sincronizado.

Y entonces la marea baja y los mares se separan, llevándose consigo el recuerdo de sus aguas.

Mañana mi timonel volverá a navegar a la deriva en tu insondable inmensidad. Tú me esperarás de nuevo en cada puerto, y nuestros mares volverán a unirse, rompiendo las fronteras, los istmos y todos los imposibles que se nos presenten.

viernes, 10 de julio de 2015

Fuimos

Fuimos la brisa
que anuncia la primavera.
Crecimos con prisa.
El amor era
una carrera.

Fuimos una sombra fugaz
en un día de agosto.
Nuestro amor, aún pálido,
vio arder su dulce rostro.

Fuimos la nostalgia,
el último suspiro,
una hoja caída
en un jardín perdido.

Fuimos gélida escarcha,
frío invernal.
El silencio nos abraza
en el juicio final.

Fuimos.
Fuimos tantas cosas...
El uno por el otro
las cabezas locas.

Fuimos Roma
y hoy, del revés,
ruinas de amor.

Somos una sombra
de lo que un día fuimos.

Un barco en ruinas
en un mar de escombros.
Una mochila de recuerdos
cargada sobre el hombro.

En tierra de nadie nos perdimos.
Jamás volar juntos supimos.

Somos pasado.
Somos olvido.
La cara oculta de la Luna.
El dado maldito de la fortuna.

domingo, 26 de abril de 2015

Inspira, respira, vive



"La inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando" (Pablo Picasso)

Te arranco un beso y te me escapas.

Recompongo nuestros recuerdos y, una vez más, ordeno nuestro idílico futuro. Pero la torre de naipes resbala entre mis manos, reducida a polvo de quimera.

Tropiezo con tus ojos y me pierdo.

Eres como una diosa.
Eterna y poderosa.
Inalcanzable.

Siento tu risa en algún rincón, en alguna esquina de mi desolado corazón. O de mi mente, imaginándote acaso, tan dulce y letal. Tan salvajemente bella. Tan, tan… tanto te quise. Y aún te quiero.

Si siguieras a mi lado, te querría aún más.
Si renacieras del pasado, viviría al fin en paz.

Nada peor que ser un cadáver de amor viviente. Nada mejor que morir de amor.
Nada peor que vivir sin ti. Nada mejor que haberte conocido.

En mi delirio, tu aliento me acaricia las heridas del alma. Tu figura se desliza y me alcanza en mitad de mi oscura noche. Lugar de pasión y derroche.

Y ahora, al fin, vuelves a mí. Ya no distingo un sueño. Eres realidad. Me llenas de tu inmensidad y me haces grande. Más grande de lo que mis huesos pueden soportar. Más de lo que mis besos jamás podrán sanar.

Me abandono a tu abrazo y me hago tierra, y luego polvo, y luego nada.

Inspira, respira, vive.

domingo, 29 de marzo de 2015

Eres luz en mi penumbra


Hoy he vuelto a sentarme
en el mismo banco
a la misma hora.

Te necesito
aquí y ahora.

Espero y desespero
solo por verte.
Por tenerte.

Ansío tu regreso,
tu mirada,
tu sonrisa,
el roce de tu beso.

Agonizo con cada verso.


Me tirita el alma.
Tu invierno se me clava.
Cien mil espadas
perforan mi corazón.

Lavo con alcohol
las heridas que un día
me dejó tu amor.

Hace ya mil años que perdí
cualquier atisbo de razón.

Aún deseo que volvamos
a bailar sobre el colchón.


Tus recuerdos me persiguen
los siento a mi alrededor
huelen a tiempo pasado
dejando un terrible hedor.

Hedor de olvido,
de amor perdido.

¿Acaso cuidarlo
no hemos sabido?


Memoria de pez
mañana
me sentaré otra vez
en el mismo banco
a la misma hora
hasta verte volver.

Como si no supiera
que aquel que un día eras
jamás regresará.

Que aquel que un día me amó
se fue con las golondrinas
y nunca regresó.

Migró hacia climas cálidos
y olvidó el camino de vuelta,
igual que yo olvidé
el color,
el dolor,
el sabor
de su mirada muerta
de sus labios malditos
de su presencia distante.

Se evapora a cada instante.


Se perdió.
Lo perdí.
Nos perdimos locamente
el uno por el otro.


Corazón desalmado
cruzaste al otro lado.

Sí, fuiste,
pero ya no.
Ya no eres,
ni serás,
mío
jamás.

Vivirás por siempre en mí,
cabalgando entre mis lobos
bajo bosques tormentosos.

Tú señalas mi camino.

Aunque ya no alcance a verte,
jamás podré perderte.

Eres parte de mi destino.

Tú eres la voz que me alumbra.
Eres luz en mi penumbra.

lunes, 16 de febrero de 2015

1001 formas de ponerse una sonrisa

Hay mil y un formas de ponerse una sonrisa. Sí, 1001 formas de dibujar en tu cara esa curva maravillosa.

Están las sonrisas torcidas. Traviesas. De esas que te invitan a besar a su portador.

También hay sonrisas grandes, de oreja a oreja, que reflejan el mayor de los entusiasmos.

Otras son pequeñas y fugaces, pero no por ello menos valiosas.

¿Y qué me dices de las contagiosas? Esas que te hacen sentir bien por el simple hecho de saber que la persona que la muestra es feliz...

Sin embargo, también existen sonrisas falsas. Las que quieren decir "estoy bien" cuando sabes que no es así. Las que, en silencio, piden un abrazo a gritos.

Las hay capaces de sustituir cualquier palabra.

Las hay, incluso, invisibles. Sabes que están ahí aunque no las veas.

Las hay de orgullo y satisfacción.

De amistad y complicidad.

Las hay de mil y un formas, porque hay 1001 formas de sonreír.

Sonríe.
Aléjate del pesimismo y del enfado injustificado. Tómatelo con humor. Porque la risa es la mejor terapia contra el malestar. La mejor forma de estar mentalmente sano.

Sonríe. Vendrán tiempos buenos y malos. Pero solo de ti depende cómo afrontarlos.
Sonríe. Es gratuito y saludable.

Sonríe. Sonríe y se feliz.
La felicidad no es un privilegio, es un estado.

Y es que felicidad es actitud, no destino.