martes, 21 de marzo de 2017

El espejo del alma

Confieso que me encanta desmontar mitos. Cuando descubro sus puntos débiles disfruto destronándolos, desmembrándolos hasta dejarlos irreconocibles para mostrar la verdad que escondían.

Comencemos: "la curiosidad mató al gato". Puede resultar, cuanto menos, curioso, pero no creo que ningún felino haya muerto de curiosidad, aunque quizá sí lo haya hecho a causa de una mirada mortal. Y es que el mayor mecanismo de comunicación no es la palabra, sino la mirada. Y, precisamente por ese motivo, reconozco que el siguiente mito sí es cierto: "una imagen vale más que mil palabras".

A veces una mirada es capaz de decir tanto... Te quiero. Te odio. No te quiero lo suficiente como para hacerte feliz pero sí lo suficiente como para dejarte volar. Te quiero demasiado (tanto que duele, duele imaginar que te pierdo). Te he echado de menos. He de decirte algo que te hará llorar. Lloro porque estamos tan conectados que no hace falta fabricar ninguna palabra en mis labios. Quiero besar los tuyos. Estoy pensando lo mismo que tú en este preciso instante (y sé que tú lo sabes, y sabes que yo lo sé). Necesito que me arropes entre tus brazos. Necesito que me arranques la ropa y me hagas olvidar hasta mi nombre. Gracias, amigo, por poder contar contigo. Soy adicto a la música contagiosa de tu prodigiosa garganta. En este preciso segundo me siento la persona más feliz del mundo. Tengo las alas rotas. Me he perdido en mi propio laberinto y no recuerdo el camino de vuelta. Intento retener las luces de tu rostro en mi retina porque presiento que esta será la última vez que nos veamos (...).

Es tal el poder de la mirada que es capaz de hablar por nosotros incluso sin nuestro consentimiento. Cuando no acertamos a leer la voluntad de nuestro (co)razón, el alma, en un arrebato de razón, se asoma a nuestros ojos y lo grita a través de nuestras pupilas. Aquellos que saben leer miradas descubrirán secretos en pares de ojos que ni siquiera sus dueños conocen. Los que sepan leer entre pestañas serán testigos de confesiones involuntarias que aún no estaban preparadas para nacer. Podrán asomarse al pozo de la verdad y descubrir aquello que tememos perder. Y podrán también los lectores del espejo del alma lanzar su propia mirada, una mirada que diga "estoy aquí, te entiendo, no tengas miedo".