domingo, 23 de noviembre de 2014

Olvido

Hoy te busco y no te encuentro.
Por más que te llamo,
no queda nadie ahí dentro.

Me miras pero no me ves.
Cada segundo te digo adiós,
por si fuera la última vez.

Tu mirada, perdida,
cabalga entre las sombras
de tu alma dormida.

Mi nombre se te escapa.
En el lago de tus recuerdos
tu mente se estanca.

Y es que lo peor de tu olvido
es, sin duda,
su dolor compartido.

Ya no sabes quién eres,
ni aquello a lo que temes.

Ya no sabes a quién has amado
ni quién se sienta a tu lado.

A quién has perdido
por culpa del olvido...


Ya se marcha tu alma.
El abuelo te espera.
Ve con calma.



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miércoles, 29 de octubre de 2014

Regresa en primavera

El amor entró en nuestros corazones por la puerta de atrás. Sin apenas darnos cuenta, creció en nuestro interior, como una planta que busca la luz. Lo regamos cada día. Le dimos todo el cariño que precisó. Nuestra planta crecía fuerte y sana. 

Pero toda planta se quiebra ante la gélida escarcha, ante el frío invernal...

Ahora le falta tu mitad.

Aquel amor aún sigue vivo, pero extraña el olor de tus besos, el tacto de tu mirada, el color de tu risa… Le faltas tú. Me faltas tú.

Aquella planta, aunque moribunda, aún sobrevive a base de recuerdos enlatados. Y es que, pase lo que pase, nunca olvidará nuestra historia.


Cada noche, ahogado en lágrimas, le canto a la luna mis sueños. Le confieso mis delirantes deseos de que regreses. Le cuento que viviré por siempre con la esperanza de que la primavera me devuelva lo que el invierno me arrebató…

Ya puedo oler esa fragancia floral. Ya puedo oír a los pájaros cantarle a la vida, que siempre resurge en esta época. Y, como todos los años desde tu partir, aún conservo la esperanza de que algún día regreses con ellos.



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sábado, 27 de septiembre de 2014

Él vive en mí

Una tumba. Junto a la lápida, una fotografía. En realidad era una composición de siete imágenes, en momentos y lugares diferentes. En todas ellas aparecían un chico y una chica sonriendo. Parecían felices. Se podía percibir una gran complicidad entre ellos, por lo que era difícil distinguir si eran pareja o tan solo amigos. Lo que sí estaba claro es que un lazo muy fuerte los unía.

Frente al nicho se distinguía una figura, sin duda femenina. Tenía un increíble parecido con la chica de la foto… Era ella, aunque aparentaba ser mucho mayor. Quizá no hubiera pasado tanto tiempo desde esos momentos en la fotografía, pero su rostro ya no parecía tan alegre. Estaba levemente apagado, nostálgico.

Aunque había aceptado la situación, no podía evitar añorar tiempos mejores. Tiempos de risas y abrazos. De meriendas y sorpresas.

El viento meció sus cabellos con suavidad, preguntándose el porqué de su profunda melancolía. Ella se agachó y dejó una flor sobre la hierba. Un clavel rojo.

Lanzó un último pensamiento que, como siempre, iba dedicado a aquellos momentos que no habían podido compartir. A ese futuro que se auguraba maravilloso, aunque… No, la vida no es perfecta. Pero ella siempre había pensado que las cosas pasan por algún motivo. Y, aunque en este caso le costó encontrarlo, terminó comprendiendo que, si había alguna razón, era la de hacerle más fuerte.

Llevaba consigo la carta que él le había escrito cuando eran adolescentes. Aquella carta en la que le confesaba el cariño que sentía por ella, aunque fuese totalmente consciente de ello, pues el sentimiento era mutuo. Fue una de esas cómplices sorpresas que solían hacerse el uno al otro.

En esa carta también le hablaba de la grandeza del amor, y le instaba a hablarles a los demás de él, tal y como ellos lo veían; intentar enseñarles a las personas que el amor les llena el corazón. Que sin amor no se puede vivir. Y que, sobre todo, el amor es libre.

“Ni el tiempo, ni la distancia, ni el olvido podrían romper el lazo que nos une”. Al recordar sus palabras se sintió algo mejor.

Se enjugó las lágrimas y echó a andar con entereza, llevándose consigo, una vez más, el recuerdo de su amigo. El mejor amigo que la vida podría haberle regalado y después arrebatado.

A pesar de todo, mereció la pena haber entrado a formar parte de su vida. Pasara lo que pasara, siempre estaría a su lado. Él mismo se lo había prometido, y no le cabía la menor duda de que así era. Aunque quisiera, no podrían alejarse. Él era parte de su ser, de su historia.

"Él vive en mí", le susurró al aire mientras esbozaba una sonrisa.



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domingo, 7 de septiembre de 2014

Cantos de sirena

I.
El cielo crujía con fiereza, dejando caer truenos y relámpagos en la noche cerrada. El mar, embravecido, arrastraba todo cuanto encontraba a su paso, haciendo desaparecer gran parte de la playa.

Cuando la tormenta ya amainaba, el náufrago apenas conservaba la fuerza necesaria para mantenerse a flote. Lentamente, sentía que perdía la consciencia.

Mientras soltaba la tabla que le había servido para mantenerse a flote, y se sumergía irremediablemente en el agua, pudo observar cómo una extraña criatura se acercaba a él con curiosidad. O quizá solo fuera un producto de su mente delirante…


II.
Tenía que salvarlo por mucho que le costara. Hacía tanto tiempo que no se topaba con un náufrago… Ya había olvidado la fragilidad que caracterizaba a los humanos en alta mar. Y más aún si tenían la desgracia de sufrir los efectos de una tormenta. Pero ella estaba allí para salvarle. O, al menos, sentía que ese era su deber.

Valiéndose de su majestuosa cola, arrastró el cuerpo de aquel hombre hasta la orilla. Debía frenar la hemorragia que sufría si no quería que se desangrase allí mismo. Afortunadamente, no tardó en encontrar las algas que necesitaba para vendar la herida.

Pasadas unas horas, el náufrago abrió los ojos y se encontró con dos esmeraldas que le observaban con atención.

Antes siquiera de que articulara palabra alguna, la sirena sintió una especie de punzada en el pecho. De pronto, su seguridad se desvaneció y, sin motivo aparente, comenzó a sentirse nerviosa. Sin saber qué hacer, desapareció entre las aguas, ahora calmadas.

Era consciente de lo que había sentido en la playa. Era un flechazo. Aunque era muy poco común, decían que las sirenas podían enamorarse de un humano. Se creaba un fuerte vínculo que nada podía romper. Sin embargo, todas esas historias habían acabado en tragedia, pues los humanos no sabían apreciar el amor de una sirena.


III.
Durante los días siguientes, siguió cuidando del náufrago, aunque sus heridas empeoraban por momentos.

En su interior, sentía cómo crecía aquel sentimiento de afecto y respeto al que los humanos llamaban ‘amor’. Aunque, en el caso de las sirenas, el sentimiento era mucho más puro, más inocente.

Lo que realmente le fascinaba era que él parecía sentir lo mismo por ella. Agradecía continuamente los cuidados que ella le prestaba, y no dejaba de recordarle en ningún momento su exuberante belleza, cosa que le complacía enormemente.

Llegó a estar convencida de que, por una vez, la historia de amor entre un humano y una sirena podría salir bien.

Sin embargo, su optimismo pronto se desvanecería. Las heridas del náufrago se habían infectado. Además, había perdido gran cantidad de sangre. La vida se le escapaba con cada bocanada de aire que tomaba y después espiraba. 

Aunque ya no podía hacer nada más por él, no dejó en ningún momento de tomarle la mano y consolarle con sus dulces melodías. Tampoco dejó de maldecirse a sí misma por no poseer aún su propio canto. Cada sirena compone, a lo largo de su vida, un único canto, capaz de lograr grandes cosas, ya fuese para bien o para mal.


IV.
Sus últimas palabras fueron dedicadas hacia ella. “Te amo”, le dijo. Y, aunque ella no podía comprender lo que significaba, la sonoridad de aquellos dos vocablos le sugería que era una forma de resumirle, a modo de despedida, lo que había sentido por ella.

La sirena no pudo detener el río de lágrimas que brotaba de sus ojos. Con infinita ternura, abrazó al hombre que ahora yacía inerte sobre la arena y, lentamente, se adentró en el mar.

La mujer-pez susurró al oído de su amante aquellas dos palabras: “te amo” y, a continuación, se dejó caer en las profundidades marinas, arrastrando junto a ella la prueba irrefutable de su amor.

Mientras se adentraba más y más en las gélidas aguas, la sirena fue componiendo una canción llena de dolor y sufrimiento. Era su propio canto de sirena.




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jueves, 21 de agosto de 2014

Amor de fuego

Al fin, después de una ardua batalla, un golpe certero le permitió acabar con el que fue el tercer príncipe azul en tan solo una semana. Tras limpiar sus escamas con parsimonia y orgullo, se recostó y pensó en sus crecientes dificultades. Aunque su llama y sus garras aún no vacilaban, sí era cierto que cada vez le costaba más mantener a raya a los intrusos que llegaban hasta el castillo.

Sin embargo, no podía dejar que nadie se llevara a su doncella. Para otros dragones, la princesa que se les asigna al cumplir la mayoría de edad no es más que una carga que les impide vivir en libertad. Pero para él era diferente. Protegerla era lo que daba sentido a su existencia. Daría hasta su última escama, su último aliento y sus preciados cuernos si fuese necesario. Daría la vida por ella.

Y es que, por extraño que parezca, esta vez era el dragón, y no el príncipe, el que estaba locamente enamorado de su princesa. 


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jueves, 17 de julio de 2014

La chica del piano

La música entraba por su ventana cada tarde a las cinco y media. La suave melodía de un piano inundaba sus oídos, haciéndole sentir unas veces relajado, como si descansara sobre un lecho de nubes, y otras tantas desbordado, como si cabalgara sobre un caballo salvaje. A veces creía oír el dulce cantar de pajarillos al amanecer y, otras, el terrible crujir del cielo en una noche de tormenta.

Le resultaba admirable la aparente facilidad con la que su vecina tocaba aquellas piezas. Cómo podía hacerle experimentar distintos estados de ánimo, y a menudo transportarlo a lugares lejanos y desconocidos, con tan solo presionar las teclas de un instrumento musical.

Cada vez que se asomaba a la calle, podía observar, a través del balcón entreabierto de la pianista, cómo unos dedos de rasgos delicados acariciaban el piano, arrancando aquellas notas prodigiosas.

Aunque lo mejor era cuando acompañaba esa música con su voz, la cual crecía desde el leve susurro al contar un secreto al oído hasta el desgarro y la profundidad por la pérdida de un ser querido.

Cada vez que se asomaba a la calle, quedaba absolutamente extasiado. Debía ser el poder de la música, capaz de llegar hasta tu corazón sin ni siquiera tocarte. La música, un lenguaje capaz de poner sonido a las emociones más complejas.

Y es que la música, al igual que el amor, es una fuerza antigua y poderosa que une a las personas.



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jueves, 3 de julio de 2014

Historias sinceras

Me apoyo sobre la pared de ladrillo visto y prendo el último cigarrillo de un paquete que compré esa misma mañana. El humo inunda mis pulmones, tiñéndolos con su negro alquitrán. Soy consciente de las consecuencias, pero no me importan. 

Cierro los ojos y me abandono a los miles de murmullos que, como cada mañana, se hunden en la boca del metro.

Cuál es mi sorpresa al no ser capaz de detectar un solo gesto afectivo, una mirada cómplice, algo que me permita imaginar los entresijos de un trasfondo, una vida, más allá de la fachada. Y es que el rostro es, sin lugar a dudas, el espejo del alma. Y es precisamente ese espejo, con sus historias ocultas, lo que me permite construir mundos enteros sobre el papel.

Antes me relajaba escuchar esas historias ajenas. Las buscaba en andenes y cafeterías. Compartía pequeños retazos de desconocidos a los que, seguramente, no volvería a ver. Me apoderaba de una infinitésima parte de sus almas, y ellos, sin saberlo, se convertían en personajes de mis novelas. Eran mi mejor fuente de inspiración.

Pero ahora es muy difícil encontrar historias que merezcan la pena. Las historias que escucho están contaminadas de hipocresía y superficialidad. Todos están obsesionados con la apariencia y el prestigio. El amor y la amistad se confunden con mera necesidad.

El orgullo y el egoísmo les impiden ver más allá de sus propias narices. Los jóvenes ignoran, mientras muchos adultos olvidan...

Todos andan corriendo de acá para allá, siempre a contrarreloj. Viven sin vivir. Hablan sin sentir. Sus palabras están vacías, al igual que sus cabezas.

Ya apenas escucho historias sinceras. Historias llenas de pasión y complicidad. Historias en las que lo esencial es el sentimiento.


Cuando ya me dispongo a volver a casa, convencido de que ese día tampoco encontraría nada interesante, se acerca una pareja de ancianos. Algo en ellos me llama la atención: aunque avanzan con dificultad, ninguno de los dos lleva bastón. Prefieren ir apoyados el uno en el otro. Si uno cayese, el otro caería con él.

Caminan pausadamente, sin prisa. Parecen un poco desubicados; desde luego, la ciudad no es su hábitat natural. Sin embargo, pase lo que pase, sienten la tranquilidad de tenerse el uno al otro. Aunque esa tranquilidad vaya acompañada del terrible temor a perder a su compañero.

Tomo nota y, mentalmente, comienzo a crear una historia en torno a la anciana pareja. Sin quererlo, se han convertido en mis personajes de hoy.


Mientras existan historias sinceras y limpias que merezcan la pena ser contadas, mi labor tendrá sentido. Solo necesito que mis desconocidos sigan compartiendo sus secretos en la boca del metro y en las cafeterías. Necesito que se pierda ese temor irracional al qué dirán, que nos impide mostrarnos tal y como somos. Necesito que la gente se dé cuenta, de una vez por todas, de que valemos por lo que somos, no por lo que los demás quieren que seamos.

Necesito que la gente ría tímidamente y a carcajadas, que llore de pena y de emoción, que amen con locura y perdición y que odien con rabia, todo al mismo tiempo. Tan solo necesito que vivan. Que vivan la vida. Su vida.




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sábado, 31 de mayo de 2014

Discurso de graduación de 2º de Bachillerato IES María Zambrano

En primer lugar, permítanme dar las buenas tardes a todos los presentes: a don Manuel Pérez, director de nuestro centro, y al resto del equipo directivo; a los profesores y, por supuesto, a mis compañeros y los familiares que nos acompañan hoy en este día tan especial. Gracias a todos por asistir al acto de graduación de los alumnos de Segundo de Bachillerato y Ciclos Formativos del Instituto María Zambrano.

Nos advirtieron de que este día llegaría: “¿habéis comprado ya el vestido para la graduación?”, “esto se acabará en un abrir y cerrar de ojos”, nos decían al principio del curso. Quién nos iba a decir que tenían toda la razón… Esto ya ha acabado. Que sí, que aún queda la temida Selectividad pero, si hemos llegado hasta aquí, ¿por qué no íbamos a poder con ella?

A lo largo de estos años de instituto hemos sobrevivido a 84 excursiones, sendos viajes alrededor de Europa (desde Sierra Nevada o Cazorla hasta Londres e Italia), más de 350 exámenes, con sus llantos y alegrías correspondientes. Hemos sobrevivido a los buenos y a los malos momentos, y tengo que decir que si de algo nos ha servido es para hacernos más fuertes.

Algunos mantendremos el contacto, mientras que otros quizá no volvamos a vernos. Pero todos compartiremos, a partir de ahora, los recuerdos y vivencias que nos han unido durante estos años. Y es que, a pesar de nuestra desesperación por los exámenes y “la nota”, a pesar de que a veces nos referimos al instituto como “la cárcel” (…). A pesar de todo eso, tenemos mucho que agradecerle. En él hemos hecho grandes amistades. Hemos aprendido a trabajar en equipo y a ser independientes. Hemos evolucionado física y mentalmente entre sus paredes.

Sí, se acaba un ciclo pero, como siempre, comienza otro nuevo. Debemos afrontar este cambio con ilusión. Quién sabe lo que nos depara el futuro… Pero, de nuevo, si algo hemos aprendido es a no rendirnos ante la adversidad. A luchar por nuestros sueños hasta hacerlos realidad. Y es que, como decía Paulo Coelho, “es la posibilidad de realizar un sueño lo que hace que la vida sea interesante”.

Sin duda, gran parte de nuestro éxito se debe al apoyo incondicional de nuestros padres. Gracias por soportar nuestras hormonas adolescentes y estar encima nuestra para que demos siempre lo mejor de nosotros mismos. Gracias por entregarnos todo lo que tenéis sin pedir nunca nada a cambio.

Y, por supuesto, quiero dar las gracias por haberme dado la oportunidad de poner voz a los pensamientos y sentimientos que hoy comparto con mis compañeros.

Quiero terminar este discurso con una reflexión dirigida a todos los profesores, que nos han dado tanto sin recibir reconocimiento alguno. Sin que reconozcamos, a menudo, la responsabilidad que conlleva la enseñanza, ni la entrega con la que desempeñan su labor. La educación es nuestra mejor arma contra la ignorancia y el engaño. Gracias por ser nuestros mejores mentores, tanto dentro como fuera de las aulas. Gracias por ser nuestros segundos padres. Gracias por habernos hecho mejores personas.




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sábado, 12 de abril de 2014

Hay una llama en tu interior que está deseando arder. No dejes que se apague. No le impongas un invierno de continuo silencio. Si lo haces, prepárate para ser un muerto en vida.

Posees la luz para iluminar las sombras. Deja de esconderla. Deshazte de los grilletes que te retienen y huye de tu cárcel interior. Romperás reglas absurdas y recibirás ofensivas de cobardes que no se atrevieron a ir más allá. Ni se te ocurra sentirte culpable.

La verdad resulta incómoda para aquel que no se atreve a declararla, para el que la conoce pero teme la mirada de sus vecinos.

La verdad resulta incómoda para aquel que no tiene el valor de aceptar su propia esencia. Para el que prefiere fundirse en una muchedumbre que engulle rostros por momentos. Cada vez somos todos un poco más parecidos, más iguales. Más mediocres.

Comparte con el mundo tu verdad. Tu verdad eres tú, simplemente tú.

Si encuentras el valor para avanzar creando tu camino, no te detengas.

Si encuentras el valor para ser tú, no mires atrás.

Tú vales. Yo valgo. Todos valemos en tanto que existimos. Entonces, ¿por qué nos hemos vuelto tan miedosos? ¿Es que acaso no confías en ti mismo?

Hay algo dentro de ti deseando salir. Una voz oculta que tiene ganas de gritar, de rugir con todas sus fuerzas. No te muerdas la lengua.

Vamos, hazlo.

Tienes derecho a contar tu versión de los hechos. No temas equivocarte. Solo fracasarás si no lo intentas.



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sábado, 15 de febrero de 2014

Miedo a perder

Aquella mañana se despertó pensando que iba a suceder algo importante. Fue un extraño presentimiento al que no dio mayor importancia, hasta que sucedió.

Tuvo una mañana tranquila. Pacientes a los que solía ver día sí y día también. Tres o cuatro casos de gripe y un chico con apendicitis. Eso fue todo. Hasta que tocaron las seis y cuarto. Esa fue la hora exacta en que llegó un caso emocionante. Por fin algo que le hiciera levantarse del sillón. Vale que los pacientes sean los que lo pasan mal pero, para un médico, cada caso es un misterio por resolver. Una prueba que superar. Una vida que salvar.

Sin embargo, aunque en ese momento no lo supiera, desearía con todas sus fuerzas que la paciente no hubiese entrado nunca por las puertas del hospital.

Accidente de tráfico. Mujer no identificada de entre 30 y 40 años. Su coche chocó frontalmente con un camión. Hematomas en torso y abdomen. Rotura del cúbito derecho. Posible traumatismo craneal. Hay que operar.

Y en apenas unos segundos, el hospital entero se moviliza para atender un caso preferente. Alguien llama al cirujano de guardia, mientras las enfermeras preparan el quirófano.

Y entonces se dispone a evaluar a la paciente. Ha perdido el conocimiento pero, sin duda, aún vive. Es en ese momento cuando se fija en su rostro, bañado por la sangre, y le parece reconocer a alguien pasado.

No era posible…

Retiró el cabello, que le caía por el cuello, y, efectivamente, allí estaba su colgante. El que unos años atrás él le regalara por su cumpleaños.

Como médico, no debería afectarle ni la situación de gravedad ni la identidad de los pacientes. No obstante, en muchas ocasiones debía aferrarse a la idea de que eran para él completos desconocidos. Haría lo posible por ayudarles, pero contaba con que no siempre se evitaba una muerte.

El problema era que la que estaba tumbada en la camilla, recién salida de la ambulancia, no era una desconocida. Esta vez no.

Se sumergió en un mar de recuerdos y, por un momento, olvidó dónde estaban. Imaginó que se encontraban tumbados sobre la hierba, encontrando formas entre las nubes que surcaban el cielo, como solían hacer.

Por un momento, tan solo su cuerpo se hallaba en aquel hospital. Su mente se había trasladado al verano de hacía unos años. A las tardes interminables que se esfumaban en segundos. A las noches dedicadas a su callada adoración.

Y, cómo no, se trasladó también a esa angustia que se había adueñado de él. A la indecisión entre confesar su amor y sufrir el rechazo o esperar al momento perfecto, en el que estuviese preparado, en el que creyera que todo podía salir bien. 

Pero el tiempo no estuvo de su parte. Aquel verano acabó, llevándose consigo cualquier posibilidad.

Se había dedicado a dibujar mentalmente un futuro junto a la persona que tenía a su lado, pero nunca se atrevió a expresarlo con palabras. Se quedó en eso, un mero pensamiento, una ilusión.


Alguien le estaba hablando. Una voz chillona, que identificó con una de las enfermeras, le devolvió a la realidad, exigiéndole una respuesta. “¿La llevamos ya al quirófano, doctor? Sigue perdiendo sangre”.

Nunca recordaría haber respondido a esa pregunta, pero se llevaron a Emily enseguida, mientras él se quedaba con su imagen de hacía unos años, intentando ignorar la gravedad de sus heridas.

El tiempo, de nuevo en su contra, se le hizo eterno mientras esperaba. Los minutos se convertían en horas, y su inquietud no hacía más que incrementar.

Cuando salió de la mesa de operaciones y fue trasladada a una habitación, vio que la habían conectado al respirador. Sabía lo que eso significaba. Llamarían a su familia, para que pudiesen ver por última vez a su hija, a su hermana… ¿Tendría hijos? Ni siquiera sabía si ella había rehecho su vida.

Cogió aire una vez más y se encaminó hacia la puerta de la habitación 27, recortando paso a paso la distancia que los separaba. Al abrir la puerta fue consciente de que hacía más de diez años que no la tenía tan cerca. Que no admiraba su melena, el color de sus ojos, ni la forma de sus pómulos.

No parecía haber cambiado nada y, a la vez, todo le parecía tan diferente…

Reprimió las ganas de llorar cuando se acercó a sus labios y depositó en ellos un beso cargado de ternura. El último beso de un amor que no llegó a ser por el miedo al rechazo. Qué estúpido le parecía ahora.

Se despidió mentalmente y fotografió aquel rostro en su retina. Sabía que no iba a despertar.
Por estúpido que pareciera, aún no se había atrevido a construir una vida, esperando que todo saliera bien algún día. Y es que no imaginaba una vida, un futuro, si ella no estaba junto a él.

El resto de su turno lo pasó de acá para allá, ordenando cosas que ya estaban ordenadas. Redactando informes que no tenía por qué redactar. Haciendo cualquier tontería, por inútil que fuera, con tal de no tener tiempo para pensar.

Tampoco tuvo el valor suficiente como para quedarse a su lado, velando su sueño.

Andaba como si estuviera drogado. Ni siquiera era realmente consciente de lo que hacía en cada momento. Fuera como fuese, esa noche llegó a su casa. Su piso de soltero, que no compartía con nadie más. Aunque, por una vez, no estuvo solo. Aquella noche, la bebida fue su compañera. Su mejor confidente. Se refugió en el alcohol, y este le dio el calor que tanto necesitaba.

Derramó todas las lágrimas que había estado guardando por ella y no le preocupó ahogarse en su propio charco.

Solo la noche supo de todas sus penas. Solo ella fue testigo del dolor de su alma. De aquella triste historia de amor inconfesado que pudo ser y no fue. Y todo por el miedo. El miedo a perder algo que ni siquiera llegó a tener. Qué absurdo.




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