viernes, 12 de abril de 2013

El ciclo de la vida


Olfateó el aire, en busca de algún rastro de alimento. Llevaba ya dos días recorriendo el denso bosque, sin rumbo, con la esperanza de encontrar algo de comida. Se había separado del grupo unas semanas atrás, aunque nunca imaginó que le iba a costar tanto salir adelante sin la ayuda de Blake. De haberlo sabido, se habría tragado su orgullo y habría obedecido sin rechistar las órdenes de su líder. Pero su carácter impulsivo le impidió contenerse, y ya era demasiado tarde para volver atrás.

Aquella mañana, sin embargo, la suerte pareció topar con Luna. Un cazador se había detenido en un claro del bosque lo suficientemente grande como para encender una hoguera. En la ranchera de un todoterreno visualizó el cadáver de un ciervo. Tendría que conformarse con eso, o pronto su hijo y ella morirían de hambre.

Se escondió en la espesura, manteniéndose a una distancia prudente, mientras aguardaba a que llegara el momento perfecto.

Les dio la espalda y se agachó para apagar la hoguera. Tendría que actuar pronto, o el cazador se marcharía antes de que pudiera llevar a cabo su desesperado plan. Sin dudarlo, salió de entre los arbustos y echó a correr hacia el coche donde se hallaba el ciervo.

Pero fue demasiado lenta. El cazador tuvo tiempo de coger su rifle y apuntar con él a la intrusa, directo al corazón.

Se detuvo, paralizada por el miedo, y se dio cuenta de su grave error. Había subestimado a su enemigo.

La vida pasó por sus ojos. Revivió un sinfín de imágenes de su infancia y etapa adulta. Pensó en Blake y en sus hijos. Y en ese breve instante, supo que iba a morir.


Cuando el sol ya desaparecía tras el horizonte, se oyó un disparo en el bosque. El cuerpo de una gran loba blanca cayó sobre el suelo, inerte. Un gran charco de sangre comenzó a teñir la nieve a su alrededor.

Apenas unos segundos después, un cachorro de pelaje grisáceo salió de entre la maleza y se acercó, asustado, al cuerpo de su madre. No podía hacer nada para salvarla. Dirigió su mirada hacia el cazador, que aún sujetaba con fuerza su rifle. Este no pudo evitar que se le encogiera el corazón, pero no lamentó la muerte de la loba. Recogió su mochila y se montó en el coche, dejando allí al pequeño lobo gris.

El cachorro no tenía a donde ir. Hacía apenas una semana que había visto morir a su hermano, presa del frío y la desnutrición, y ahora acababa de presenciar la escena más horrible de su vida. Nunca podría olvidar el llanto de dolor de su madre. Y no fue solo por el hecho de recibir un disparo, sino más bien debido a que él quedaría desprotegido, a merced del tiempo y de las leyes de la naturaleza. Ni siquiera la suerte podría salvarlo de un final trágico.


Desde un pequeño montículo, no muy lejos de allí, otro lobo contemplaba al joven lobezno, que lloraba la pérdida de su madre. Era robusto, de ojos claros y pelaje negro, como las plumas de un cuervo. Había oído el disparo hacía unos minutos, y se había dirigido al claro del bosque lo más rápido que pudo. Sabía que era demasiado tarde para salvar la vida de Luna, pero aún podría hacer algo por su solitario cachorro.

Sin mediar palabra, se acercó al cuerpo sin vida de la que fue su hermana y acarició su cuello con el hocico, en un gesto de infinita ternura. Después alzó su gran cabeza y lanzó su propio lamento, el cual, impregnado de rabia, se oyó en varios kilómetros a la redonda.

Pronto, un coro de lobos tiñó la noche  con sus desgarradores aullidos. Una elegante y majestuosa luna llena presidía la escena desde el cielo estrellado.

Blake y su reciente protegido se reencontraron con el resto de la manada. No olvidarían nunca a la loba blanca que aún descansaba sobre la nieve, pero ya conocían el ciclo de la madre naturaleza. No podían alterarlo, así que lo mejor era adaptarse a su frenético ritmo y mirar siempre adelante.

El ambiente cargado de polen y los días, más soleados, auguraban el inicio de la primavera. Con la llegada de la nueva estación, la nieve se derretiría, las flores revivirían tras su gran letargo, y la manada conocería nuevos cachorros. La vida seguía. 






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jueves, 4 de abril de 2013

Junto a las estrellas


Una gran duda rondaba su cabeza desde hacía unos días. El último fin de semana no habían ido a visitar a su tía, y en casa no se hablaba de ella, como ocurría normalmente. Había pasado algo. Algo que sus padres no querían que supiera.

Aquella mañana se armó de valor y, cuando su madre lo llevaba al colegio, le lanzó las preguntas que había estado preparando la noche anterior.

-¿Qué le pasa a la tita, mamá? ¿Dónde está? ¿Por qué no me contáis nada?

Demasiadas preguntas. Sus palabras le cogieron por sorpresa, y buscó la forma de explicarle a su hijo de siete años una situación que aún no podría entender.

-Verás hijo, a veces las cosas no pasan como nosotros las planeamos. ¿Sabes que la tita está enferma, verdad?

-Sí, mamá. Eso sí lo sé. Es por eso que no tiene pelo y no puede salir de casa.

-Bien, pues… la tita ha hecho un viaje. Pero no es un viaje como el que se hace en vacaciones. Es algo difícil de explicar… Es un viaje del que ya no podrá volver. ¿Lo entiendes, Pablo?

-No mamá, no lo entiendo. ¿A dónde ha ido la tita de viaje? ¿Y por qué se ha ido sin despedirse? -dijo con un nudo en la garganta.

-Al cielo, hijo. Junto a las estrellas. Allí la tita es feliz, y eso es lo importante.

Pablo observó, a través de la ventanilla del coche, el par de nubes que flotaba en el aire aquella fría mañana de invierno. Pensó en las visitas a casa de su tía, y se preguntó si podría realizarlas de nuevo alguna vez.

-Mamá, ¿puedo hacerte otra pregunta?

-Claro, dime qué quieres saber.

-¿Podré visitarla algún día? ¿Cómo voy a saber si está bien o no?

-Claro que podrás visitarla, hijo. Por muy lejos que esté ahora, siempre habrá una parte de ella junto a ti. Aunque no la veas, sabrás que está ahí siempre que lo necesites. Me refiero a tus recuerdos, Pablo. Y no solo a eso. También la encontrarás en tus sentimientos. Podrás hablar con ella a través de tu mente y de tu corazón, y ella siempre te escuchará, aunque no pueda responderte. Desde el cielo, junto a las estrellas, ella podrá oírte siempre que tú quieras. ¿Comprendes mejor ahora la historia?

-Creo que sí –dijo, volviendo a mirar a través de la ventanilla del coche. El sol ya asomaba por el horizonte, marcando el inicio de un nuevo día, aunque todavía brillaba en el cielo alguna que otra estrella. 

Pablo reflexionó sobre aquella nueva situación, imaginó que volvía a verla, a abrazarla y, al cabo de unos minutos, volvió a hablar para decir tan solo cuatro palabras.

-La echaré de menos.

La emoción llegó al rostro de Pablo, derramando unas pocas lágrimas sobre sus pequeñas mejillas.

-Yo también –sentenció su madre con un suspiro cargado de añoranza.





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