sábado, 14 de septiembre de 2013

Dulce locura

Extendió los brazos, dejando que su camisón ondeara con la suave brisa nocturna. Recorrió el gran balcón, hasta tocar la barandilla.

Cerró sus ojos e imaginó que sucedía lo imposible. 

Imaginó que él aparecía a su lado, como si nada hubiese ocurrido. Como si la vida no se lo hubiese robado jamás.

Recordó el sabor de sus besos, el calor de su cuerpo y esa chispa en su mirada.

Casi pudo sentir una caricia en su hombro.

Unos labios recorriendo sus omóplatos.

Su barba pinchándole en el cuello…

Se le pusieron los vellos de punta.


Se encontraba débil, consumida. La soledad la estaba matando. Le quemaba por dentro, y se sentía incapaz de ponerle remedio. No tenía fuerzas para olvidar, no quería pasar página.

Quizás por eso mismo aún lo podía sentir a su lado. Y, aunque eso era imposible, de alguna manera estaba sucediendo.

A veces sopesaba la posibilidad de que fuese real, de que todo aquello no estuviera solo en su mente…


Se deslizó bajo las sábanas y, una vez más, esperó a que el sueño la devorara, mientras miraba fijamente el techo de su habitación. Una vez más, deseó vivir en el pasado. Y, aunque el futuro la esperara con los brazos abiertos, ella prefería no avanzar.

Casi pudo sentir una respiración en el otro lado de la cama. El colchón hundido por el peso de otra persona.

Como de costumbre, tardó unos instantes en controlar su respiración. El pulso se le aceleró ante la idea de que él se hallara allí, tumbado sobre la cama.

Se giró para mirar hacia donde se encontraba su fantasma y le sonrió. Estaba segura de que él sí que podía verla.


Sin duda, estaba volviéndose loca. 

Pero qué locura más maravillosa.

Qué dulce locura.





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